Juan era un forofo
incombustible de su equipo. El de sus sueños y desvelos. Todos los días
saludaba a los jugadores, uno por uno, mirando el gran poster de su habitación;
luego, se desprendía del pijama blaugrana y se duchaba, secándose con las
toallas, adornadas con sus colores. A la hora de alimentarse disponía del
menaje completo, con el escudo grabado en cucharas, tenedores, tazas, ollas…
Cuando Anselmo, su
nuevo vecino, aceptó la invitación a comer en su casa, empezaron, afables, su
conversación. Pero, como los recuerdos del equipo catalán estaban por toda la
casa, Anselmo comenzó a sentirse incómodo. No era seguidor del Barça y, aunque
lo fuera, le dijo, no sería capaz de hacer girar toda su vida alrededor de unos
hombres dando patadas a un balón. Una vez que finalizó de hablar el incauto, Juan,
colérico, introdujo uno de los tenedores de la colección en toda su yugular.
Anselmo, sintió ese objeto punzante, inofensivo hacía un rato, cómo desgarraba
su vida y su alma.
El fanático lo dejó
agonizar, extrajo el tenedor y lo lavó con esmero. Acto seguido lo utilizó para
terminar de comer el plato, aún humeante, que había dejado a medias.
(Foto de mi autoría)
[Escribir con los cinco sentidos. El tacto punzante]
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