¿Quién no guarda
en su memoria días maravillosos o días terribles de su época escolar?, profesores, compañeros, ilusiones, temores…
Aquel primer maestro, alto y delgado, de cuidado bigote, que nos hacía rezar el
Avemaría al comenzar la clase y la terminaba con una palmada exclamando
contundente: "¡Recoged!". Aquellos altares de mayo que montábamos en
la pequeña antesala, apilando pupitres cubiertos con sábanas blancas y situando
en el centro una virgencita de madera, rodeada de gran profusión de flores de
dudosa procedencia y ante quien
cantábamos "Venid y vamos todos…"
El tiempo parecía estancado: "Cuando esté en segundo, y en tercero…" pero ¡qué pronto transcurrió la niñez, la adolescencia, ahora solo son recuerdos! Aquel profesor de griego de ojos verdes que se
parecía a Omar Sharif, nos llamaba "señoritas" y de usted, amor
platónico de todas, ahora será un venerable anciano, si la muerte aún ha
querido respetarlo. ¡Qué juerga la clase de hogar! Pobre profesora, suplicando
silencio hasta desgañitarse y nosotras tratando de pergeñar con torpes puntadas,
entre risas y parloteo, el regalo del
día de la madre.
¡Primer amor juvenil, rubio de ojos azules! ¡Qué ilusión cruzarnos por el
patio en el recreo! y si por azar coincidían nuestras miradas, ¡Oh emoción
indescriptible! Ahora será un hombre maduro, padre de familia, quizás calvo y barrigudo.
Todo pasó. El ayer no regresa, pero como dice Natalie Wood: "Aunque nada
pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo".