viernes, 11 de mayo de 2018

"La gitana de la Alhambra"


Luisa siempre había sentido inclinación por los adivinos: tarot, horóscopos, quiromancia… necesitaba despejar incertidumbre. Necesitaba creer que todo le iría bien, ese clavo ardiendo al que agarrarse en los dilemas que la vida le planteaba a cada paso. Por otra parte sentía pánico de recibir un mal vaticinio. Su personalidad histérica se debatía en la duda entre conocer el futuro, ya fuera  aciago o benévolo, o ignorarlo  por miedo a recibir malas noticias, pero solía ganar su curiosidad y su obsesión enfermiza. Aquel día de visita a la Alhambra, no pudo resistirse a que una gitana que se ofreció a leernos la mano por la voluntad, se saliese con la suya.
Yo me mostré reacia, pero la mujer tomó mi mano y empezó a proferir una perorata que sonaba a cháchara repetida hasta la saciedad: todo eran buenos augurios, larga vida y alegrías, "un mocito moreno" y poco más.  Logré zafarme de un  tirón de su mano, ella agarró la de Luisa, permaneció un instante en silencio y palideció como el papel. Confieso que sentí curiosidad por saber qué pudo vislumbrar. Entonces nos  llamaron para tomar el autobús de regreso y nos quedamos con la duda.
Ahora, amiga mía, con el corazón destrozado, he venido a darte mi último adiós por culpa de ese maldito camión que se cruzó en nuestro camino.
He vuelto a la Alhambra. La gitana seguía allí. Me acerqué. Ella me reconoció. -¿Qué viste?, le pregunté, aunque ya daba igual.
-Nada, me dijo. -No tenía futuro.

©María José Triguero Miranda
Foto de Internet

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