Hay muchas formas de plantar esperanza. Incontables maneras de sellar una promesa. Viene a ser una cuestión de voluntad. De deseo. La vida late con su compás cotidiano. Subes al autobús. Comes. Parpadeas. Avanzas y, de pronto, ahí está: en medio de ese cartel que ocupa toda la pared, titilando en la sonrisa de alguien que te saluda, en la canción que suena en ese momento para ti. Es un lenguaje único y a la vez tan casero que solo tú lo entiendes. Alargas la mano, atravesando la barrera del tiempo, del espacio, de la materia y, por un instante, te parece encontrar la suya. Entonces lo sabes. Aunque las palabras no te alcancen para explicarlo. Sabes que no se ha ido. Que permanece siempre a tu lado.
Manuela Vicente Fernández ©