¡Oh estrellas, y sueños, y delicada noche!
¡Oh noche y estrellas, volved!
¡Y escondedme de la luz hostil
que no calienta, sino que quema!
que no calienta, sino que quema!
(Emily Brontë)
Y te marchas con el alba
Noche tras noche, en ese vago espacio que la vigilia del sueño separa, tu sonrisa invoco. Es entonces, en tan inasible frontera, tenue trasluz de una realidad desdibujada, que un repentino chispazo de emoción −¡oh, conjuro feliz!− mi mundo ilumina. Sueño contigo, bello espejismo siempre inalcanzable. Estás en mí. Escondida en algún rincón de mi cabeza. Una sombra del pasado. Un duendecillo burlón que se ríe de mí y no se deja atrapar aunque, a veces... sí, por un momento, casi creo a veces poder sujetarte. Luego te desvaneces, la magia desaparece y el día comienza. Llora el poeta su dolor. Sangran sus versos.
Emily Brönte (Reino Unido, 1818-1848) |
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