"No hay
nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que
perdí"
(Canción "Lucía", de Joan Manuel . Serrat)
¿Qué se podría decir de un amor que no
existe, irreal como un sueño, que sólo vive en la imaginación pero que duele,
que quema, que trastorna hasta hacerte enloquecer? Cuatro o cinco encuentros.
El primero de adolescentes, casi sin palabras, sólo miradas furtivas y un rubor
encendiendo las mejillas. Sus ojos claros quedaron grabados a fuego en los de
ella y se dijo que lo amaría por encima de todas las cosas. Siempre. Juró nunca
más lavarse la cara después de aquel beso de despedida.
Las veces siguientes ambos tenían su vida
encauzada: una familia, unos hijos, esos encuentros entrañables, casi felices,
en los que el corazón, ante su presencia, late más y más fuerte, tanto que
temes que sus latidos se escuchen alrededor y revelen este sentimiento que pugna
por salir del pecho. Otro adiós y otro abrazo que incendia el alma.
Uno se pregunta si el amor se parece al
infierno o al paraíso. No hay respuesta, mucho menos podría especular sobre su
sabor.
De nuevo vivir sólo para contar los días,
los meses, los años, que transcurren hasta la próxima reunión, esta vez triste,
tanto que las lágrimas del encuentro se funden con las del adiós; crees que el
alma se te va a romper en pedazos y te preguntas: "¿Y si él me ama
también"; intentas convencerte de que esas miradas, esas tiernas palabras
no son casuales, de que hay mucho fuego bajo esos cálidos abrazos, pero aunque
tu corazón desee proclamarlo a gritos tú debes callar... Esperar, esperar al
próximo encuentro. Anhelar que esta vez no haya más despedidas, que se hunda el
mundo, que sólo quedéis los dos en el planeta y estar juntos, unidos para
siempre.
©MJTriguero2017
Imágenes extraídas de
Internet
No hay comentarios:
Publicar un comentario