ESCRIBIENDO CON LOS CINCO SENTIDOS-GUSTO: Dulce
- El congreso es a las cinco. ¿Te importa si me doy una ducha un momento y después nos vamos a comer?
- Claro, no te preocupes, hay tiempo- digo despreocupado.
-Entretanto, si quieres tomar algo, el bar tiene dos o tres cosillas.
Veo irse a Marta al dormitorio. Mientras, decido ir a curiosear el bar. Al fondo, la escucho hablar de ir a "Casa Nonno Paolo", que tienen un tiramisù delicioso. Sus palabras hacen mi boca agua al recordar el amargor del cacao puro y el café; entiendo que mi cuerpo ya ha dado su aprobación.
Cierro el bar y meto mis manos en los bolsillos; me veo sorprendido por el tacto suave del interior. Curioseo los cuadros y las fotografías del salón mientras escucho los pasos de Marta al otro lado del piso; el agua de la ducha empieza a correr.
En lo alto de una repisa, me llama la atención la fotografía de un hombre mayor vestido de capitán. El parecido con Marta es impresionante, deduzco que es su padre. Me dispongo a cogerla cuando, de pronto, un olor dulce me atrapa.
-¿A qué huele?- se me escapa en voz alta y, olvidándome por completo de la foto, siento la necesidad de ver de dónde procede.
Siguiendo el olor, llego al dormitorio de Marta. Está un poco desordenado; pequeños montones de ropa ocupan la cama. El olor me lleva a la entrada del baño y, sin llegar a entrar, veo, en el espejo, el reflejo de Marta. Está preciosa con su pelo suelto y su piel rosada. La observo. Pone jabón en su mano derecha y se lo extiende sobre su hombro izquierdo de un modo que, se me antoja, muy sensual. El olor es muy agradable; me atrae. Huele a chocolate y a almendras tostadas, a pastel. Me recuerda a las meriendas, cuando era pequeño, en casa de mis abuelos. La abuela hacía bizcocho y preparaba el cocholate para ponerlo por encima. Yo siempre rebañaba, con los dedos, el resto del cazo.
En medio de mi evasión, escucho:
- ¡Andrés!
Y, sorprendido, veo a Marta en la ducha con la cara desencajada, las manos separadas y una gota de aquel jabón colgando de unos de sus pechos.
Sin mediar palabra, me acerco a ella mirándola a los ojos y estiro mi mano derecha hacia a ella. Es entonces cuando mi dedo índice recoge, de forma golosa, la gota de jabón de su pecho y lo meto en mi boca:
- Lo siento- le digo como si nada-tengo hambre. ¿Te queda mucho?
- Claro, no te preocupes, hay tiempo- digo despreocupado.
-Entretanto, si quieres tomar algo, el bar tiene dos o tres cosillas.
Veo irse a Marta al dormitorio. Mientras, decido ir a curiosear el bar. Al fondo, la escucho hablar de ir a "Casa Nonno Paolo", que tienen un tiramisù delicioso. Sus palabras hacen mi boca agua al recordar el amargor del cacao puro y el café; entiendo que mi cuerpo ya ha dado su aprobación.
Cierro el bar y meto mis manos en los bolsillos; me veo sorprendido por el tacto suave del interior. Curioseo los cuadros y las fotografías del salón mientras escucho los pasos de Marta al otro lado del piso; el agua de la ducha empieza a correr.
En lo alto de una repisa, me llama la atención la fotografía de un hombre mayor vestido de capitán. El parecido con Marta es impresionante, deduzco que es su padre. Me dispongo a cogerla cuando, de pronto, un olor dulce me atrapa.
-¿A qué huele?- se me escapa en voz alta y, olvidándome por completo de la foto, siento la necesidad de ver de dónde procede.
Siguiendo el olor, llego al dormitorio de Marta. Está un poco desordenado; pequeños montones de ropa ocupan la cama. El olor me lleva a la entrada del baño y, sin llegar a entrar, veo, en el espejo, el reflejo de Marta. Está preciosa con su pelo suelto y su piel rosada. La observo. Pone jabón en su mano derecha y se lo extiende sobre su hombro izquierdo de un modo que, se me antoja, muy sensual. El olor es muy agradable; me atrae. Huele a chocolate y a almendras tostadas, a pastel. Me recuerda a las meriendas, cuando era pequeño, en casa de mis abuelos. La abuela hacía bizcocho y preparaba el cocholate para ponerlo por encima. Yo siempre rebañaba, con los dedos, el resto del cazo.
En medio de mi evasión, escucho:
- ¡Andrés!
Y, sorprendido, veo a Marta en la ducha con la cara desencajada, las manos separadas y una gota de aquel jabón colgando de unos de sus pechos.
Sin mediar palabra, me acerco a ella mirándola a los ojos y estiro mi mano derecha hacia a ella. Es entonces cuando mi dedo índice recoge, de forma golosa, la gota de jabón de su pecho y lo meto en mi boca:
- Lo siento- le digo como si nada-tengo hambre. ¿Te queda mucho?
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©Orgav
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