Esperanza se sentó en un taburete
de la barra del recinto, ya casi desocupado de amigos y compañeros. Después de
treinta años de trabajo recibía este cálido y "merecido" homenaje.
Cruzó las piernas girando con indolencia en el sillón, su copa en la mano y, sin saber por qué, un torrente de llanto
brotó de sus ojos, chorreó por sus mejillas y provocó en su boca ese sabor
salado propio de las lágrimas. Descubría miles de sentimientos encontrados,
pero no lograba vislumbrar la raíz de su profunda melancolía, hasta que el
regusto salado la transportó a su niñez: esos veranos eternos y ardientes, la
siesta que siempre odió y ella, sentada en el umbral del patio, leyendo sin
tregua, pelando y comiendo pipas saladas de una bolsa infinita, hasta que le
escocían los labios. Por suerte, siempre volvía septiembre y el colegio. Una
vez respondió en clase a un cuestionario:
_"¿Qué
quieres ser de mayor?
_"Escritora de libros (novelas)". Así, entre paréntesis.
¿En
qué momento de la vida deserta uno de sus sueños? El tiempo no se detiene, la
subsistencia impuso su ley, hoy podía considerarse una mujer "realizada,
feliz esposa, madre de familia,"... pero esa nostalgia la atormentaba,
como los versos que aprendió de
Garcilaso:
"Aquel que fue la causa de tal daño
el árbol que con lágrimas regaba.
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!".
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